viernes, 13 de mayo de 2011

Oid mortales: a propios y extraños

Sobre la crítica al sistema sindical en el último discurso de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.


No soy de los que creen en la dialéctica hegeliana como desarrollo de la Historia Universal, ni siquiera en su versión marxista-materialista histórica. Pero en ciertas ocasiones me parece un instrumento analítico interesante. Hoy es uno de esos días en los que la dialéctica como herramienta de análisis histórico me es particularmente útil. Resulta que se me ocurrió pensar al peronismo como afirmación en tanto que movimiento nacional impregnado de ideas de emancipación del proletariado obrero, pero hasta ahí nomás, teniendo en cuenta que en cada sociedad el “sentido común” ofrece ciertas limitaciones. Y se me ocurrió pensar que el menemismo, surgido de las mismas entrañas del peronismo, era exactamente la negación de aquella primera afirmación. El kirchnerismo, proveniente de la corriente peronista que atravesó al menemismo mismo, ¿sería entonces la superación de la dialéctica peronismo+menemismo?

El kirchnerismo, y esto salta a la vista, es la negación del menemismo a nivel estructural (claro está que hablamos dentro del marco del sistema capitalista). Si bien no es su negación en absolutamente todos sus aspectos, si lo es en términos conceptuales. El kirchnerismo es negación de la negación. Pero ello no lo lleva a convertirse en mera afirmación primera, no lo convierte en la primera presidencia de Perón como su esencia. No es –como dicen propios y extraños con connotaciones diferentes según el caso- que el kirchnerismo esté reeditando el primer peronismo (ni siquiera al setentismo montonero). El kirchnerismo es superación dialéctica del peronismo, sobre todo a nivel súper-estructural. Esto se hace notar en el énfasis puesto en el respeto irrestricto por los derechos individuales más caros a los ideales de la humanidad. El rescate de la pluralidad, del respeto por los derechos de las minorías, el apoyo a nuevas formas de libertad de expresión popular, los Derechos Humanos, etc., son parte de la superación súper-estructural.
Ayer la presidenta dio cuenta de aquella superación con respecto a las concepciones clásicas del peronismo. Las vacas sagradas también pueden ser alcanzadas por ésta superación  que no muestra signos de agotamiento. El sindicalismo tendrá que adaptarse a normas democráticas y de responsabilidad institucional, y ello vale para propios y extraños por igual.

Vale decir que ésta crítica hacia el interior del movimiento es posible gracias a dos factores:
a) La oposición, al no representar una seria amenaza para las presidenciales de octubre, permite mirar trincheras adentro sin estar preocupados por la cohesión del movimiento.
b) La fortaleza del Frente Para la Victoria permite darse el “lujo” de poner sobre la mesa la autocrítica necesaria para que el movimiento no se quede estancado.


Pero, a diferencia de lo que planteaba Hegel –y llevado al paroxismo por Fukuyama- la Historia no se termina con el kirchnerismo. No, ni siquiera la superación en si misma parece estar agotada. La cosa no se termina en las paritarias, el crecimiento del PBI, la asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario o la ley de medios audiovisuales. El telos de esta superación tiene un horizonte más lejano y amplio del que pensábamos originalmente. Y, lo paradójico es que, por cada paso adelante que da el kirchnerismo ese horizonte inacabado y que convoca a su construcción interminable se ensancha y, al mismo tiempo, se aleja porque las condiciones actuales permiten pensar a un horizonte aún más perfectible[1]. Lo que soñábamos en 2001 hoy está por debajo de la Argentina del 2011, y ésta a su vez nos obliga a imaginar un país que en las condiciones del 2001 hubiese sido considerado como una excentricidad. CFK ha empezado a imaginar una superación de las contradicciones pendientes en el kirchnerismo. Entonces, a imaginar que la Argentina actual lo permite.

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[1] Creo que Ernesto Laclau se apoderó de mi durante éste párrafo.

domingo, 8 de mayo de 2011

¿Es o se hace?


En respuesta al artículo “Lo que se juega en octubre” de Fernando Iglesias en el diario La nación[1]. Mis reflexiones aquí giran en torno a una pregunta que me hice durante el lapso en que leía la nota: el diputado Fernando Iglesias ¿es ignorante o mentiroso?


Abre la nota preguntándose respecto al “ataque” –dice él- que hace el gobierno a ciertos sectores. Cito: Sus actuales enemigos son la más avanzada y globalizada de las industrias nacionales, el sector económico internacionalmente más competitivo y los medios de comunicación, esenciales en un universo social definido como sociedad global de la información”. Es decir que para Fernando Iglesias una empresa (como Clarín) que ha cometido crímenes de lesa humanidad no debe ser cuestionada por el hecho de ser competitiva. Tampoco debería serlo Techint, aún si no cumple con la ley. Esto es lo que Chantal Mouffe llamaría “esencialismo”, es decir, hacernos creer que  poner en cuestión algunos aspectos del sector empresarial es un ataque universal a la propiedad privada y la inserción del país en el contexto internacional. Nada de eso, aquí las empresas cuestionadas lo están en razón de asuntos particulares y no por sus cualidades de competitividad.

Pero quizás Fernando Iglesias nos quiere decir algo más. Quizás lo que nos quiere decir es que por el hecho de ser competitivas a nivel internacional estas empresas no deberían ser cuestionadas y deberían tener vía libre para hacer lo que se les antoje. Lamento informarle que –aunque con contradicciones e idas y vueltas- esa Argentina pertenece al pasado. Aquí el diputado nos miente.

Me llamó la atención también su definición de lo social como “(…) un universo social definido como sociedad global de la información”. Es decir, parte de un modelo social sistémico-neokantiano-habermasiano en el que las sociedades están constituidas como comunicaciones e individuos. No logra atender a la complejidad de esta fase del capitalismo transnacionalizado (llamado algunas veces globalización) en la que las contradicciones propias del modo de producción no han desaparecido. La “globalización”[2] no es un espacio político en el que el poder se haya diluido, sino que más bien se han agudizado algunos aspectos de la dominación. Pero esto el diputado no lo ve. Aquí Fernando Iglesias ignora.

Continúa diciendo que el aporte del sector industrial al PBI en Argentina es superior al aporte que hace el mismo sector al PBI de Estados Unidos y la Unión Europea. Ahora bien, hay tres cosas para decir al respecto:

A - El sector industrial en Argentina aporta un 35,9%; en la Unión Europea un 28%; y en Estados Unidos un 22,7%. En esto tiene razón Iglesias, Argentina es superior. Pero la insistencia del gobierno por industrializarse adquiere dimensión cuando entendemos que el PBI de Argentina es de U$S 357.092 millones; en la Unión Europea son U$S 17.926.873 millones; y en Estados Unidos son 18,8 billones de dólares. A pesar de ser mayor en términos porcentuales es infinitamente inferior en términos absolutos y reales. Argentina necesita profundizar la industrialización inconclusa del siglo XX. Aquí Fernando Iglesias apuesta por el modelo de los noventas en el que primaba el sector terciario. Aquí el diputado Fernando Iglesias merece ir a marzo.

B - F. Iglesias no reflexiona en torno a la crisis que actualmente viven los países en cuyas economías prevalece el sector terciario. Estados Unidos y la Unión Europea tienen muchas dificultades en reactivar su economía justamente por la composición de sus economías basadas en el sector servicios. Contrastan con la economía China (en la que la participación de la industria en el PBI es del 40%) que pudo atravesar la crisis con mayor facilidad y retomar la senda del crecimiento. El modelo para Argentina no es definitivamente el de la posmodernidad que propone Iglesias. Pero tampoco es el modelo Chino. El modelo para Argentina será argentino o no será.

C - Tampoco reconoce Iglesias los enormes pasos tecnológicos en la industria que se están haciendo en la provincia de Tierra del Fuego y los logros del CONICET, desmereciendo así el trabajo de miles de científicos argentinos.

Continúa diciendo que la ampliación de la gran fábrica de pobres y de ciudadanos desprotegidos, marginados y dependientes de favores clientelistas que son la base electoral de este gobierno”. Aquí el diputado está a un paso de pedir el voto calificado. Considera que los únicos votos que recibirá el gobierno serán aquellos de las personas que reciban inversión social directa. Ignora el diputado la enorme masa de votantes jóvenes que irán por el FPV. Ignora, esconde, tapa, miente.

Después dice con respecto al gobierno que “(s)us factores de poder se desmoronarían en una Argentina orientada al mundo y al futuro y no a la insensata repetición de sus modelos nacionales ya fracasados”. ¿Acaso el cumplimiento de los DDHH no es parte de la inserción en el mundo?¿No ocupamos acaso sillas en el G-20 (de potencias emergentes), en el G-20 (de potencias mundiales) y presidimos el G-77 (de países no alineados)? La inserción internacional no es buena per se; no es moralmente correcta ni un imperativo categórico por sí misma. Argentina debe integrarse a la globalización, pero existen muchos modos de inserción. En los 90’s Argentina se insertó al mundo en una de las peores formas en que lo puede hacer un país: de rodillas y sin dignidad alguna. Porque, como dice Aldo Ferrer, no basta con insertarse al sistema internacional sino que hay que hacerlo en condiciones en que los intereses nacionales prevalezcan. Y para estar bien en el mundo uno debe estar primero bien con uno mismo.

Fernando Iglesias se monta sobre un discurso posmoderno que, paradójicamente, está pasado de moda y es inservible para la realidad de éstas latitudes. Comparte las ideas de una sociedad pos-industrial de Ulrich Beck. Se sube sobre un progresismo sin brújula que nace a finales de la década del ochenta con la caída del muro de Berlín. Pero ese paradigma a esta altura de los acontecimientos es arcaico, ingenuo y no ofrece muchas respuestas para la realidad circundante.

No es entonces el modelo pos-industrial vs. el modelo industrial-arcaico lo que se juega en octubre. Lo que se juega en octubre es concluir con la industrialización germinada en los años 30’s y parida en los 40’s o volver a un sistema económico en el que prime el sector primario y terciario como lo quisiera Martínez de Hoz a principios de los 70’s y profundizado en los 90’s. El debate es entre una Argentina que mira hacia adentro y otra que mira hacia el océano. El debate está entre aquellos que quieren sentarse en la mesa de los poderosos del orden global aún a riesgo de ser servidos como cena y los que queremos un país en dignidad frente a un orden global en el que las relaciones de poder no se han modificado ni un ápice en su esencia. El debate sigue siendo aquél que nos ha atravesado a los argentinos desde nuestros orígenes: completar la liberación nacional.


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[2] La entiendo en los términos explicitados en los textos de Aldo Ferrer.