Sobre la crítica al sistema sindical en el último discurso de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
No soy de los que creen en la dialéctica hegeliana como desarrollo de la Historia Universal, ni siquiera en su versión marxista-materialista histórica. Pero en ciertas ocasiones me parece un instrumento analítico interesante. Hoy es uno de esos días en los que la dialéctica como herramienta de análisis histórico me es particularmente útil. Resulta que se me ocurrió pensar al peronismo como afirmación en tanto que movimiento nacional impregnado de ideas de emancipación del proletariado obrero, pero hasta ahí nomás, teniendo en cuenta que en cada sociedad el “sentido común” ofrece ciertas limitaciones. Y se me ocurrió pensar que el menemismo, surgido de las mismas entrañas del peronismo, era exactamente la negación de aquella primera afirmación. El kirchnerismo, proveniente de la corriente peronista que atravesó al menemismo mismo, ¿sería entonces la superación de la dialéctica peronismo+menemismo?
El kirchnerismo, y esto salta a la vista, es la negación del menemismo a nivel estructural (claro está que hablamos dentro del marco del sistema capitalista). Si bien no es su negación en absolutamente todos sus aspectos, si lo es en términos conceptuales. El kirchnerismo es negación de la negación. Pero ello no lo lleva a convertirse en mera afirmación primera, no lo convierte en la primera presidencia de Perón como su esencia. No es –como dicen propios y extraños con connotaciones diferentes según el caso- que el kirchnerismo esté reeditando el primer peronismo (ni siquiera al setentismo montonero). El kirchnerismo es superación dialéctica del peronismo, sobre todo a nivel súper-estructural. Esto se hace notar en el énfasis puesto en el respeto irrestricto por los derechos individuales más caros a los ideales de la humanidad. El rescate de la pluralidad, del respeto por los derechos de las minorías, el apoyo a nuevas formas de libertad de expresión popular, los Derechos Humanos, etc., son parte de la superación súper-estructural.
Ayer la presidenta dio cuenta de aquella superación con respecto a las concepciones clásicas del peronismo. Las vacas sagradas también pueden ser alcanzadas por ésta superación que no muestra signos de agotamiento. El sindicalismo tendrá que adaptarse a normas democráticas y de responsabilidad institucional, y ello vale para propios y extraños por igual.
Vale decir que ésta crítica hacia el interior del movimiento es posible gracias a dos factores:
a) La oposición, al no representar una seria amenaza para las presidenciales de octubre, permite mirar trincheras adentro sin estar preocupados por la cohesión del movimiento.
b) La fortaleza del Frente Para la Victoria permite darse el “lujo” de poner sobre la mesa la autocrítica necesaria para que el movimiento no se quede estancado.
Pero, a diferencia de lo que planteaba Hegel –y llevado al paroxismo por Fukuyama- la Historia no se termina con el kirchnerismo. No, ni siquiera la superación en si misma parece estar agotada. La cosa no se termina en las paritarias, el crecimiento del PBI, la asignación universal por hijo, el matrimonio igualitario o la ley de medios audiovisuales. El telos de esta superación tiene un horizonte más lejano y amplio del que pensábamos originalmente. Y, lo paradójico es que, por cada paso adelante que da el kirchnerismo ese horizonte inacabado y que convoca a su construcción interminable se ensancha y, al mismo tiempo, se aleja porque las condiciones actuales permiten pensar a un horizonte aún más perfectible[1]. Lo que soñábamos en 2001 hoy está por debajo de la Argentina del 2011, y ésta a su vez nos obliga a imaginar un país que en las condiciones del 2001 hubiese sido considerado como una excentricidad. CFK ha empezado a imaginar una superación de las contradicciones pendientes en el kirchnerismo. Entonces, a imaginar que la Argentina actual lo permite.
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[1] Creo que Ernesto Laclau se apoderó de mi durante éste párrafo.