viernes, 18 de mayo de 2012

El sentido común hoy en Argentina


Más que preguntarnos “¿qué es el sentido común?”, Bourdieu en una vuelta de rosca copernicana nos hace preguntarnos “¿qué tiene de común el sentido?”. La respuesta es: absolutamente nada. Ya que el sentido es la forma de sentir al mundo, es decir, la forma en que lo percibimos y representamos, este no puede ser otra cosa que nuestra subjetividad. Y sabemos desde Hegel que aquello que es subjetivo sólo puede transformarse en objetivo siendo violentado en su naturaleza. Pero es evidente que existe lo que llamamos “sentido común”, o sea, una serie de subjetividades atomizadas pero suturadas entre sí por un “algo”. Ese “algo” es lo que Gramsci denominó como hegemonía cultural.

Hay que diferenciar los procesos lógicos del pensamiento de los del sentido común. La lógica como proceso intelectual intenta demostrar y validar. El sentido común no necesita demostrar validez, simplemente está dado como una “verdad” para quien lo proclama diciendo “¡Y si, es de sentido común!”. Moliere se burla de esta situación en “El enfermo imaginario” cuando la respuesta a la pregunta “¿Por qué hace dormir el opio?” es “Por sus propiedades dormitivas”. Valga decir, es un axioma tautológico, se valida por sí y para sí.

El problema que trae aparejado el sentido común es que estamos ante el asesino en masa de las ideas. Al validarse por sí mismo el sentido común se convierte en una zona muerta del cerebro, una que hace que ante situaciones cotidianas reaccionemos con reflejos y eliminemos la reflexión. El sentido común es producto de la hegemonía cultural ejercida por las clases dominantes, pero ella se extiende temporalmente más allá de ellas. Por ejemplo, en los Estados Unidos, donde la revolución liberal había llegado mucho antes que en Europa y dónde la clase dominante era desde hacía mucho tiempo la burguesía capitalista, no fue hasta 1865 (y quizás hasta los años sesentas del siglo XX) en que se rompió con el “sentido común” de que había hombres que por su color de piel eran inferiores a otros y debían ser sometidos a esclavitud. ¿Hay alguna verdad en ese sentido común? No. Pero éste estaba muy extendido y arraigado incluso en una de las sociedades más modernas de esos tiempos. El “sentido común” existe y habita nuestras almas, pero es imposible extraer cualquier validez de él.

En este momento en la Argentina existen dos “sentidos comunes”, la hegemonía cultural y la contra-hegemonía cultural. Decididamente el segundo es más democrático y libertario que el otro, pero aún así –en su carácter de sentido común- destierra la reflexión crítica e impulsa a actuar mediante reflejos no mediados por el intelecto. Si el sentido hegemónico venía a decir “es culpa de los políticos que mienten y roban” mientras las corporaciones eran las que saqueaban al país, el sentido común contra-hegemónico nos dice ante cualquier adversidad “Clarín miente”.

La tarea de transformación aún no está acabada, y como no está acabada aún necesitamos de la imaginación. No es tiempo de cerrar nuestras mentes sino de abrir las otras. Evitemos la “clausura del sentido” como diría Castoriadis. Evitemos convertirnos en ellos y transformémonos nosotros también en algo absolutamente nuevo y no en lo nuevo de lo viejo.

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