Más que preguntarnos “¿qué
es el sentido común?”, Bourdieu en una vuelta de rosca copernicana nos hace
preguntarnos “¿qué tiene de común el
sentido?”. La respuesta es: absolutamente nada. Ya que el sentido es la
forma de sentir al mundo, es decir,
la forma en que lo percibimos y representamos, este no puede ser otra cosa que
nuestra subjetividad. Y sabemos desde
Hegel que aquello que es subjetivo
sólo puede transformarse en objetivo siendo
violentado en su naturaleza. Pero es evidente que existe lo que llamamos “sentido común”, o sea, una serie de
subjetividades atomizadas pero suturadas entre sí por un “algo”. Ese “algo” es lo
que Gramsci denominó como hegemonía
cultural.
Hay que diferenciar los procesos lógicos del pensamiento de
los del sentido común. La lógica como proceso intelectual intenta demostrar y
validar. El sentido común no necesita demostrar validez, simplemente está dado
como una “verdad” para quien lo proclama diciendo “¡Y si, es de sentido común!”.
Moliere se burla de esta situación en “El enfermo imaginario” cuando la
respuesta a la pregunta “¿Por qué hace dormir el opio?” es “Por sus propiedades
dormitivas”. Valga decir, es un axioma tautológico, se valida por sí y para sí.
El problema que trae aparejado el sentido común es que estamos ante el asesino en masa de las ideas.
Al validarse por sí mismo el sentido
común se convierte en una zona muerta del cerebro, una que hace que ante
situaciones cotidianas reaccionemos con reflejos y eliminemos la reflexión. El
sentido común es producto de la hegemonía cultural ejercida por las clases
dominantes, pero ella se extiende temporalmente más allá de ellas. Por ejemplo,
en los Estados Unidos, donde la revolución liberal había llegado mucho antes
que en Europa y dónde la clase dominante era desde hacía mucho tiempo la
burguesía capitalista, no fue hasta 1865 (y quizás hasta los años sesentas del
siglo XX) en que se rompió con el “sentido común” de que había hombres que por
su color de piel eran inferiores a otros y debían ser sometidos a esclavitud.
¿Hay alguna verdad en ese sentido
común? No. Pero éste estaba muy extendido y arraigado incluso en una de las
sociedades más modernas de esos tiempos. El “sentido común” existe y habita
nuestras almas, pero es imposible extraer cualquier validez de él.
En este momento en la Argentina existen dos “sentidos
comunes”, la hegemonía cultural y la contra-hegemonía cultural. Decididamente
el segundo es más democrático y libertario que el otro, pero aún así –en su
carácter de sentido común- destierra
la reflexión crítica e impulsa a actuar mediante reflejos no mediados por el
intelecto. Si el sentido hegemónico
venía a decir “es culpa de los políticos que mienten y roban” mientras las
corporaciones eran las que saqueaban al país, el sentido común contra-hegemónico nos dice ante cualquier adversidad “Clarín
miente”.
La tarea de transformación aún no está acabada, y como no
está acabada aún necesitamos de la imaginación. No es tiempo de cerrar nuestras
mentes sino de abrir las otras. Evitemos la “clausura
del sentido” como diría Castoriadis. Evitemos convertirnos en ellos y transformémonos
nosotros también en algo absolutamente nuevo y no en lo nuevo de lo viejo.
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