Durante la última semana se ha hablado mucho del “impasse” que vive la Coalición Cívica desde que Elisa Carrió amenazase con dejar la alianza opositora. La estrategia está constituida como un movimiento de pinzas: por un lado encolumnar a la UCR y el PS detrás de ella y su discurso; por otro, convertirse en la contracara de lo que ella cree que es el enemigo a vencer, Kirchner.
El relato, para calar hondo en los espíritus debe construirse sobre la dicotomía de héroes y anti-héroes. El antagonismo de Carrió tiene como objetivo dividir el campo político en dos polos impermeables a las ideologías tradicionales. La lucha política debe ser des-racionalizada para volverse sentimental y darle un marco dramático de batalla última. Por eso la carta enviada por Carrió tiene como fin dar un ultimátum al resto del campo opositor: “soy yo quien debe encarnar la antítesis de Kirchner. Sólo yo puedo hacerlo, porque si no soy yo no será nadie”.
Toda ésta teatralización de Elisa Carrió funciona con el sólo fin de encabezar al resto de los partidos que forman la CC. En caso de quebrarse definitivamente la alianza ella podría mantener su “purismo” y señalar a la UCR como parte de la “vieja política” o decir que ella no va a ser parte de un nuevo fracaso de una “Alianza remozada”. Sería bastante vergonzoso ver a líderes de partidos históricos y laicos como la UCR y el PS ser arreados por una “ídola” que ni siquiera tiene un partido propio, sino que “ella es personalmente su propio partido”. Pero después de todo no debería sorprender que Elisa Carrió logre encabezar éste nuevo espacio opositor en gestación, pues como ya lo dijo alguna vez Antonio Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
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